Es típico de esta tierra castellana guardar los excedentes de la producción del huerto para tenerlos durante el invierno y hacer despensa. Las cebollas, los ajos, las calabazas… por ejemplo, se conservan simplemente preservándolos de la luz del sol y de la humedad, pero los frutos mas carnosos necesitan de otro tipo de acciones. Compotas, mermeladas y conservas al vacío o en aceite o vinagre después de cocinados es lo que en mi familia se ha hecho desde que tengo uso de razón. Una manera sana y natural de preservar los alimentos sin colorantes ni conservantes, que parece que se nos ha olvidado a pesar de lo sencilla que es. Muy laboriosa, sí, pero sencilla.
Tuve oportunidad de conseguir tomates de huerta, de los de verdad, de los que saben y huelen a tomate. De los que comía de pequeña directamente de la planta en el huerto de mis abuelos, a la orilla del canal, por las tardes, cuando el sol dejaba de apretar e íbamos mi padre y yo a regar. ¡Cómo me gustaba a mi aquello!
Pues nada, que me puse manos a la obra y ya tengo mi pequeña producción de tomate frito embotado. Tal y cómo lo hacía mi madre: sofrito, cocido a fuego lento, pasado para quitar las pieles y pepitas, llenando los botes, cociéndolos al baño maría, dejándolos enfriar despacio…… Cuando ella lo hacía nos pasábamos dos o tres días con el proceso, porque además preparábamos también pimientos asados, pepinillos en vinagre, cebolletas y no sé cuántas cosas mas que sabían y olían a gloria cuando abríamos el bote en casa meses después.
Aquí os dejo las fotos del proceso, si tenéis alguna duda, preguntad, que para eso estamos.
Fotos Susana García.